lunes, 28 de octubre de 2013

Frases guillotinadas / La hoguera donde arde una impura / Julio Cortázar, Esther De León

Fue el primero en acusarme de haber mordido a Narciso. Me acuso aun Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que gozábamos de hacer sufrir al que amábamos, y eso era algo que Elliot, el hermano de mi Narciso, no lograba entender. 

Y se sabe en un pueblo perdido entre las montañas, un lugar olvidado por Dios, la gente es poco accesible para ese tipo de temas. El tiempo pesa inmóvil y sólo cada que alguien se digna a enseñarles están dispuestos a intentar aprender, claro, que esas Gentes que viven de telarañas, de lentas vidas en las que nunca pasa nada es difícil que entiendan a los jóvenes. 

Acaso tienen corazón pero cuando hablan es como si no lo tuvieran. ¿De qué podía acusarme si solamente habíamos hecho lo que cualquier pareja? Ver para creer. Seguía ahí, reclamándome, y yo aun preguntándome el por qué lo hacía. Imposible que el mero despecho, después de aquella discusión de la otra vez habíamos quedado en paz. 

Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha amado con tanta pasión como la que ambos sentimos. Yo había gemido, sí, y en algún momento pude oírlo a él hacer lo mismo, al fin y al cabo de eso se trataba.
Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de poder ver mi cuello, mis muslos con marcas que él mismo había provocado en medio del acto. Siempre parecen orgullosos si gemimos, pero entonces al ver su rostro comprendí que él era diferente, necesitaba algo que durara más.  

Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a rosas es como acabamos, la segunda noche en que nos descubrimos ambos. Marcas de dientes en sus brazos y manos, aun rojas,  (Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan malo como al principio me lo parecía). Estuvimos ahí, desnudos frente al mar por horas. Nunca me dijo nada, sólo atento a los comentarios que hacía sobre eso, quería estar seguro de que también lo disfrutaba. 

De vez en cuando Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre solía recomendarme que me alejara, fumaba de todo mientras me disfrutaba y el olor pasaba de su boca a mi cuerpo. Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta felicidad que desbordaba su rostro cada que se acercaba a olerme el canalillo. 

Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces el sonido de esa pequeña cascada, aun con tan poca agua, era suficiente para tapar nuestros quejidos. Cada vez comenzábamos con más y más. 

No había fin para ese interminable comienzo de cada vez que nos veíamos, así que el actuar dóciles no nos funciono por mucho tiempo. Clavaba mis uñas en su espalda mientras lo abrazaba en la tercera noche, (Lo habré mordido mientras él clavado en mí me susurraba al oído exigiéndome que lo hiciera). Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si es que no teníamos nuestras bocas ocupadas ya en algo.

Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mis pechos, de todo mi ser durante un buen rato. Como si aún fuera joven, como si aun se encontrara en la cima de la montaña. 

Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes solía estar caliente. ¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí  jamás se fuera a levantar?
-¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te cuide hasta que te sientas mejor- suplique antes de que si quiera empezáramos. Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró su ojos reflejaban pánico, no era una simple enfermedad, era mucho más que eso. Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y una señal de que solo fuera una mala pasada. Pero no lo era. 

Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo pudiera hablar para preguntarle como se sentía. Respondió positivo pero seguía tendido en la cama. Era imposible regresar al pueblo.

Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya se había mejorado. Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como si el dinero sobrara para otra, su frustración por la noche anterior era tanta que a mi también me invadió. Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando impaciente a que lo usara y me dejara marcas permanentes. Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me estuviera desgarrando (No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la satisfacción de al menos disfrutar de mi voz). 

Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando ambos estábamos en condición de marcarnos el uno al otro. Pero en la despedida tropezó y lo ví volverse, todo mueca y felicidad en su rostro de desvanecían, estaba más enfermo que ayer y ya no podía disimularlo.

Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta que vinieran por mi.

El primero en acusarme fue Elliot, me acuso aun sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que gozábamos de hacer sufrir al que amábamos, y eso era algo que no lograba entender. Me acuso a mi, acuso a ambos con las esposa de Narciso que yo lo había mordido tanto que lo había infectado (Lo habré mordido, morder en el amor no es  tan malo como al principio me lo parecía).

La ventana entornada que da sobre la plaza donde todo comenzó  donde cenamos a la luz de la luna llena, desde ahí me verá. 

Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es tan malo como al principio me lo parecía.


¿Cómo es que habíamos acabado juntos Narciso y yo? Supongo que fue aquella cena en su casa (Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta su barco y me enseño el mar).

¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue al violín con tanto ritmo? Porque en esas noches nos queríamos más que si fuéramos simples enamorados, eramos el uno para el otro. Él moviéndose al compás de la música y yo, dejándome poseer.

Esa noche Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras hacia que le suplicase. Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan flores. Nada era lo suficiente cursi, lo suficientemente fuerte para llenarnos a ambos, ni los actos dulces ni los bárbaros.

¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra aquellos que se oponían? Todo era perfecto.

Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí que todo comenzaba a irse en nuestra contra.

Ahora ya sé que cuando llegue la mañana en que me quemen por impura lo veré por última vez. Le faltará valor para acercar la antorcha a los verdugos encargados, y a pesar de que es obligación Lo hará otro por él mientras desde su casa ignora todo lo que ve.

Miraré hasta el final esa ventana mientras encienden la fogata.

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