domingo, 3 de noviembre de 2013

Cuento individual / Jirafa-oveja / Esther De León

Christian y su hermano menor Luis vivían solos en una casita de adobe a las afueras de la ciudad. Christian, de 22 años, trabajaba de alfarero y era casi como un padre para Luis; este, por su parte, estaba a punto de comenzar la secundaria.
La emoción de Luis era evidente: cuando fueron a comprar los útiles al mercado del centro estuvo brinque y brinque, corre y corre, pidiendo que si una mochila morada ¡no! Mejor una azul. También quería cuadernos decorados ¡zaz! Tropezó con una muchacha alta de cabello rojo, vestida de negro y que se mantuvo seria pese al golpe.
—Perdone señora…
—Señorita –aclaró alzando una ceja. En eso llegó Christian corriendo.
—Disculpe usted señora, es mi hermano y ha salido disparado…
—¡Señorita Tiffany! —les dejó en claro, a punto de gritarles— Váyanse de aquí si no van a comprar nada —. Los miró de arriba abajo.
La chica debía estar por ir a su descanso para comer porque otra, igual de sombría pero bajita, tomaba su lugar. Fue entonces que Christian leyó el letrero del puesto: Magia y hechicería de las hermanas Jiji. Tragó saliva. “Vayámonos”, pensó, halando a Luis del brazo.
Volvieron a casa hasta el anochecer, cargando un montón de útiles y chucherías. Los hermanos decidieron hacer una especia de picnic en su patio, a la luz de las estrellas. Acabando de cenar "¡Ah!" con un bostezo Christian indicó que moría del sueño. Luis quería seguir contemplando el cielo y prometió que no se dormiría tarde.
A la mañana siguiente a Christian lo despertaron unos lengüetazos en el rostro. Se incorporó rápido, alarmado, solo para descubrir un animal muy raro (como una oveja fusionada con jirafa) llenándole la cara de babas. ¡Eugh! Él solo había visto una de estas “alpacas” en toda su vida, y eso porque los vecinos eran gente extraña y tenían una por mascota. Emocionado por tan curioso encuentro, buscó a Luis por toda la casa… pero no estaba en ningún lado.
Miró al animal. El animal le miró de vuelta, con sus enormes ojos de hermosas pestañas, idénticos a los de Luis ¿acaso será que…?
—¡Luis! ¡Te has convertido en una alpaca! —exclamó Christian.
—Meeeh —respondió la alpaca. ¡Pero qué tragedia!
—Luis, hermanito ¿entiendes lo que digo?
—¡Meeeh! —se apresuró a decir Luis-alpaca.
—¿Quién te haría algo como esto?
—¡Meeeh meeeh! ¡Meeeeeeeeh! —contestó con toda seguridad la alpaca.
Este era un problema serio: si Luis se quedaba así ya no tendría una vida normal ni podría ir a la secundaria ¡Y el tan emocionado que estaba por eso! Luis-alpaca miró a Christian con tristeza y lanzo un largo “meeeeh” con el que indicaba que no, él no quería quedarse así.
Fueron al mercado a ver a las brujas Jiji. Si ellas no habían sido las responsables, seguro sabrían qué hacer.
—Buenos días joven, ¿en qué puedo servirle? —saludó una brujita muy guapa.
—¡Devuelve a mi hermano a la normalidad! —fueron las palabras exaltadas de Christian.
—¿Disculpa…?
—¡Meeeeh meeeeeeeh! —Como si se tratara de un poderoso grito de guerra, al pronunciar esas “palabras” Luis-alpaca tomó en su hocico un frasco del mostrador y salió disparado como rayo, con Christian siguiéndole el paso.
—¡Vuelvan acá, ladrones! —reclamaba Sandra Jiji. Enseguida salieron tras ella Tiffany y Teresa, sus hermanas chaparrita y pelirroja, respectivamente. —¡Vuelve! ¡Ladrón!
A las puertas del mercado todos tropezaron con alguien y cayeron uno tras otro como fichas de dominó.
—¡Hola Christian! —dijo desde el piso, y muy sonriente, Luis-humano. —Me ha ido de maravilla, la secundaria es fenomenal. Me hice amigo de un niño que se llama Sergio y… —Luis se calló al notar la extraña situación en que estaba. Luego preguntó “¿Qué hace aquí Benito?” mientras le sobaba la cabeza a la alpaca. Christian se quedó de piedra: ¡Con que esa era la mascota de los vecinos! Mientras, Sandra, Tiffany y Teresa se retiraron discretamente, murmurando cosas como “descubrió que nuestras pociones son falsas” y “¡shh! ¡claro que no! camina, tu camina”.
—¡Oh! Perdón Christian, hice que derramaras tu jugo… —se disculpó recogiendo el frasco que Benito había dejado caer.
Christian no sabía qué decir y se estuvo callado buen rato, escuchando que si Sergio esto, que si la maestra de matemáticas aquello. Luis se había ido a la escuela y la alpaca había entrado a casa de noche, por la puerta del patio. ¡Qué evidente resultaba todo ahora! Se quedó escuchando a su hermano, camino a casa y a devolver a la alpaca a sus dueños.


Fin

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