Ya no quedan esperanzas de hablar
Julio Cortázar y Karla Gabriela Zamarripa
García
El living de casa es muy grande, pero de ahí a pensar que Roberto tiene muy poca imaginación para decorar.
Hay pocos muebles y eso deja mucho espacio para moverse cuando los
parientes y los amigos vienen a tomar una taza de café
con pan.
Yo en el sillón al lado de la lámpara y mi mujer casi siempre en la
silla baja cerca de la repisa donde pone su taza y pan.
Mesas no hay más que una, larga y angosta, que usamos para desayunar, comer y cenar.
Se puede circular cómodamente, mirar los estantes de la biblioteca y
sentarse en la banqueta adosada a la playa que queda
cerca.
Creo que Roberto iba precisamente a sentarse cuando en mitad del living
se encontró un pequeño insecto.
Serían las veintidós o las veintidós y diez, Pablo y los Mounier dicen
una cosa y mi mujer dice otra completamente diferente.
Serían las veintidós y cinco para no poder
salir porque ya está muy obscuro.
Lo que importa es que precisamente en ese momento Roberto iba a decirle
algo a la señora de Cinamomo, como si se conocieran de
toda la vida.
Había sacado un cigarrillo y se lo estaba poniendo en la boca cuando
encalló y un ruido desconocido se escuchó a lo lejos.
Todos oímos el golpe y mi mujer levantó la vista del tejido y miró a
Roberto como si no pudiera comérselo con la mirada.
Los Mounier que estaban sentados en el suelo cerca de la chimenea se empezaron a reír.
Yo que tenía en la mano la copa de vino que un
amigo me acababa de proporcionar.
Un golpe sordo y Roberto encallado y mirándose los pies como si fuera
algo tan familiar para él.
Mi mujer siempre había dicho que ahí en el medio del living podía poner una mesa de centro hecha de mármol.
Pablo no, Pablo estaba seguro de que nunca podrán
comprar muebles de semejante costo.
Por mi parte no me gusta meterme, aunque debo decir que Roberto hubiera
podido muy bien costearse ese tipo de lujos.
Reconozco con todo que sin previo aviso es comprensible que un hombre debe darse algunos gustos.
Debía ser muy raro con el cigarrillo en la boca, porque se lo sacó y lo
sostuvo entre dos dedos mientras opinaba del tema que
se estaba tratando.
La señora de Cinamomo no parecía haber encontrado nada más inteligente
que hacer señas con las manos.
Los Mounier desde el suelo podían ver mejor y cambiaban impresiones en
voz porque se encontraban algo aburridos.
Parecía ser el pie izquierdo porque Roberto se echaba hacia atrás
apoyándose en una de las paredes.
-Habría que -dijo mi mujer después de concluir
con la conversación que se tenía.
-Esperá un poco si -aconsejé yo que por principio no había opinando mucho.
A veces todo parece tan grave y al final es más
sencillo.
-Quién sabe la profundidad que puede haber en esa parte del -dijo
Pablo, como si todos nosotros no entendiéramos de lo
que se habla.
A mí siempre me ha fascinado la palabra toesas, desde la perspectiva de otras personas.
-Tire el cigarrillo, porque -sugirieron los Mounier mostrando muecas.
Y también balizas, escollera, bajamar, galerna, mesana y de las demás personas.
Probablemente por miedo a un incendio que no haría más que humear toda la casa.
No eran todavía las diez y media y Roberto podía confiar en que era hora de ir por un poco más de pan.
Pero a nadie se le iba a ocurrir acercársele con la bandeja del café,
máxime cuando ya se había tomado una muy grande.
-Fragor, como si -dijo Pablo, que de todos modos era el menos cafetero de la sala.
Desde donde estaban, los Mounier podían juzgar el avance de las críticas de todos los que estábamos allí.
Yo creo que gritó una o dos veces, pero en esos casos es difícil de asimilar bien lo que se dice
-Habría que echarle un cabo -dije yo que en esos casos- o tal vez si la
alcanzáramos el mango de una cuchara.
Parece tan simple, pero en un living muchas
cosas pueden suceder.
-Cualquier cosa para -dijo la señora de Cinamomo, mientras- porque lo
importante es hacer algo a fin de que no, nos
aburramos.
Dijo eso, exactamente, como si nosotros no
tuviéramos que hacer.
Ya para entonces los Mounier estaban seguros de que los dos pies estaban dormidos.
-No creo que funcionen, se ve que -dijo Pablo, que de todos nosotros
era el más mal sentado.
Pensé que hablaba de las bombas de achicar, porque en efecto la sangre de los pies no circulaba.
Al final se había decidido a tirar el cigarrillo, probablemente para
poder comentar más de lo que se hacía.
Se lo veía como un bastoncillo blanco que oscilaba y movía por todos lados.
En esos casos se piensa en una gaviota, nunca en el alción que es como su hogar.
-Si ha tenido tiempo de transmitir la latitud a -dijo Pablo, como si todos supieran de lo que se habla.
Yo pensaba en dos palabras: mensaje inalámbrico, que en estos tiempos
ya no faltan en ninguna familia.
A mi mujer le parecía que las rodillas eran
como una piedrita.
A mí también, pero para qué alarmar cuando todavía queda mucho tiempo para estar.
Tal vez telefoneando, pero si había que explicar que estamos todos junto.
A los Mounier se les había ocurrido alcanzarle una silla aunque debía
parecerles un poco incómodo y lejos.
Con los Mounier nos conocíamos, pero no había tanta confianza como para
platicar de todo lo que nos pasaba por la mente.
-Le llega a la cintura, y eso que -dijo Pablo, con esa manera de tratarse es muy diferente.
Mi mujer clavó las agujas en el ovillo y me miró, tal vez para que yo me sienta mejor deberíamos hablar.
No era tan fácil, en primer lugar había que comprender las características de cada mujer.
Todos disimulábamos para no afligir más a Roberto, aunque sabían que era muy cierto lo que le decía.
Además no era cosa de que escuchara la sirvienta, porque ya se sabe que
los de fuera no sabían de ella.
Desgraciadamente los aullidos eran cada vez más notorios y sonoros.
-Son los albatros, me acuerdo de una vez en -decía la señora de
Cinamomo y señalaba hacia ella sin pena.
Unos de los Mounier empezó a hacer movimientos natatorios sin darse
cuenta de que todos lo miraban fijamente.
El otro, más consciente de que lo veían se
moderó.
Yo aprecié el gesto, porque en una casa de gente educada todos deben de tratar de comportarse.
-Uno se pregunta si no valdría más que de una vez por todas -dijo mi
mujer mirando a todos fijamente.
Expresaba el sentimiento unánime de confusión y
rechazo.
Pablo fue a cerrar mejor la ventana y las puertas, porque si tenía duda de lo que estaba pasando.
Aunque se notaba que cada vez los invitados
notaban lo que sucedía.
La palabra sería borborigmo en cada situación.
No es una bella palabra, aunque la sinceridad obliga a una necesidad de expresarse de esa manera.
-Se diría una medusa que empieza a -murmuró la señora de Cinamomo que
siempre tenía algo que decir.
Un poco, sí, porque el pelo era lo más
importante para ella.
Como finísimos dedos abriéndose y cerrándose con
el contacto del cabello.
Mi mujer salió llevando la taza de café sobrante, y a todos nos pareció
agradable y muy gentil.
Son esos gestos que uno agradece sin palabras, porque es de muy buena educación.
Al fin y al cabo en una casa como la nuestra en que momento no se olvida algo así.
Nadie podrá decir que no se hace lo posible para tener a las personas cómodas.
La hoguera donde arde una pasión
Julio Cortázar y Karla Gabriela Zamarripa García
Fue el primero en acusarme de que hice algo mal.
Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que me apoyaban y les importaba.
Y se sabe en un pueblo perdido entre los pinos del bosque.
El tiempo pesa inmóvil y sólo cada persona sabe lo que pasa por su mente.
Gentes que viven de telarañas, de lentas y pequeñas arañas.
Acaso tienen corazón pero cuando hablan es mejor escuchar y poner atención.
¿De qué podía acusarme si solamente habíamos estado hablando?
Imposible que el mero despecho, después de aquella situación de lo que hace.
(Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta el lugar donde estabas.
Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha enamorado tan letalmente.
Yo había gemido, sí, y en algún momento pude notar que la otra persona también.
Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de lo que había sucedido.
Siempre parecen orgullosos si gemimos, pero entonces olvidamos lo que nos rodea.
¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue al amor que se siente?
Porque en esas noches nos queríamos más que si nunca hubiéramos estado juntos.
Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a arena mojada.
(Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan brusco y con odio)
Nunca me dijo nada, sólo atento a sentir lo que hacíamos.
Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre había recolectado.
Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta pasión conjuntada.
Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces había brisa en el camino.
Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras sus besos recorrían mis labios.
Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan flores en primavera.
No había fin para ese interminable comienzo de cada pasión que denotaba el momento.
(Lo habré mordido mientras él clavado en mí me habría mordido si estuviera siempre en mí)
Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si los susurros fueran gritos.
Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mis días y mis amaneceres.
¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra nosotros?
Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí sus dientes.
Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes teníamos hasta el amanecer.
¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí fuera vulnerable ante mis caricias?
-¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te abrace cada segundo del día.
Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró sonrió como si fuera única.
Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y palpitante.
Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo anocheciera.
Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya tenía nada si no estabas conmigo.
Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como frágil pétalo.
Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando su fragancia.
Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me lastimase.
(No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la ansiedad acumulada)
Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando toda pasión y alegría.
Pero en la despedida tropezó y lo ví volverse, todo mueca y anhelo desprendido.
Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta que estuviera consiente de lo sucedido.
El primero en acusarme fue corazón que estaba en el olvido.
(Lo habré mordido, morder en el amor no es tan sencillo)
Ahora ya sé que cuando llegue la mañana en que me dejó en el olvido.
Le faltará valor para acercar la antorcha a los cirios.
Lo hará otro por él mientras desde su casa piensa en la soledad de sus sentimientos.
La ventana entornada que da sobre la plaza donde quede olvidada.
Miraré hasta el final esa ventana mientras recuerdo aquello que sentíamos.
Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es tan fácil olvidar lo que vivimos.
Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que me apoyaban y les importaba.
Y se sabe en un pueblo perdido entre los pinos del bosque.
El tiempo pesa inmóvil y sólo cada persona sabe lo que pasa por su mente.
Gentes que viven de telarañas, de lentas y pequeñas arañas.
Acaso tienen corazón pero cuando hablan es mejor escuchar y poner atención.
¿De qué podía acusarme si solamente habíamos estado hablando?
Imposible que el mero despecho, después de aquella situación de lo que hace.
(Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta el lugar donde estabas.
Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha enamorado tan letalmente.
Yo había gemido, sí, y en algún momento pude notar que la otra persona también.
Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de lo que había sucedido.
Siempre parecen orgullosos si gemimos, pero entonces olvidamos lo que nos rodea.
¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue al amor que se siente?
Porque en esas noches nos queríamos más que si nunca hubiéramos estado juntos.
Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a arena mojada.
(Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan brusco y con odio)
Nunca me dijo nada, sólo atento a sentir lo que hacíamos.
Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre había recolectado.
Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta pasión conjuntada.
Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces había brisa en el camino.
Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras sus besos recorrían mis labios.
Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan flores en primavera.
No había fin para ese interminable comienzo de cada pasión que denotaba el momento.
(Lo habré mordido mientras él clavado en mí me habría mordido si estuviera siempre en mí)
Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si los susurros fueran gritos.
Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mis días y mis amaneceres.
¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra nosotros?
Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí sus dientes.
Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes teníamos hasta el amanecer.
¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí fuera vulnerable ante mis caricias?
-¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te abrace cada segundo del día.
Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró sonrió como si fuera única.
Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y palpitante.
Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo anocheciera.
Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya tenía nada si no estabas conmigo.
Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como frágil pétalo.
Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando su fragancia.
Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me lastimase.
(No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la ansiedad acumulada)
Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando toda pasión y alegría.
Pero en la despedida tropezó y lo ví volverse, todo mueca y anhelo desprendido.
Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta que estuviera consiente de lo sucedido.
El primero en acusarme fue corazón que estaba en el olvido.
(Lo habré mordido, morder en el amor no es tan sencillo)
Ahora ya sé que cuando llegue la mañana en que me dejó en el olvido.
Le faltará valor para acercar la antorcha a los cirios.
Lo hará otro por él mientras desde su casa piensa en la soledad de sus sentimientos.
La ventana entornada que da sobre la plaza donde quede olvidada.
Miraré hasta el final esa ventana mientras recuerdo aquello que sentíamos.
Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es tan fácil olvidar lo que vivimos.
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