lunes, 28 de octubre de 2013
Frases Guillotinadas
Ya no quedan esperanzas de subir Julio Cortázar - Argentina El living de casa es muy grande, pero de ahí a pensar que Roberto nunca se encuentra en él. Hay pocos muebles y eso deja mucho espacio para moverse cuando los parientes y los amigos vienen a tomar una taza de té, como todos los viernes por la tarde. Yo en el sillón al lado de la lámpara y mi mujer casi siempre en la silla baja cerca de la puerta de la cocina. Mesas no hay más que una, larga y angosta, que usamos para almorzar, comer y cenar, además de comidas especiales con amigos o invitados. Se puede circular cómodamente, mirar los estantes de la biblioteca y sentarse en la banqueta adosada a la pared. Creo que Roberto iba precisamente a sentarse cuando en mitad del living escucho un gran estruendo justo encima de él. Serían las veintidós o las veintidós y diez, Pablo y los Mounier dicen una cosa y mi mujer dice otra, muy asustada. Serían las veintidós y cinco para no mejorar las cosas hacia bastante viento y empezaba a llover. Lo que importa es que precisamente en ese momento Roberto iba a decirle algo a la señora de Cinamomo, como si ya todo hubiera pasado, todo se hubiera tranquilizado. Había sacado un cigarrillo y se lo estaba poniendo en la boca cuando encalló y toda la habitación quedo en un tétrico silencio absoluto. Todos oímos el golpe y mi mujer levantó la vista del tejido y miró a Roberto como si no pudiera creer que estuviera pasando otra vez, no la misma noche, habían escuchado el mismo ruido una vez casi cada noche, pero nunca dos veces. Los Mounier que estaban sentados en el suelo cerca de la chimenea no pudieron esconder el miedo en sus ojos. Yo que tenía en la mano la copa de vino, casi la dejo caer del sobresalto. Un golpe sordo y Roberto encallado y mirándose los pies como si fuera algo tan irreal quedo paralizado. Mi mujer siempre había dicho que ahí en el medio del living podía sentir algo, algo que la abrumaba. Pablo no, Pablo estaba seguro de que nunca se deberían dejar llevar por supersticiones. Por mi parte no me gusta meterme, aunque debo decir que Roberto hubiera podido muy bien ya haber buscado una solución para eso, pero siempre intentaba evadirlo. Reconozco con todo que sin previo aviso es comprensible que un hombre comenzara a sentirse presionado. Debía ser muy raro con el cigarrillo en la boca, porque se lo sacó y lo sostuvo entre dos dedos mientras se paseaba de lado a lado, como pensando en una solución, en como deshacerse de eso. La señora de Cinamomo no parecía haber encontrado nada más inteligente que hacer señas con sus manos, indicando que era hora de irse. Los Mounier desde el suelo podían ver mejor y cambiaban impresiones en voz tenue y cortada. Parecía ser el pie izquierdo porque Roberto se echaba hacia atrás apoyándose en el sillón. -Habría que puede ser peligroso -dijo mi mujer después de ver semejante cosa. -Esperá un poco si solo pudo ser nuestra imaginación -aconsejé yo que por principio pensé que esa cosa no era real. A veces todo parece tan grave y al final solo hay que salir de esa habitación, de esa casa. -Quién sabe la profundidad que puede haber en esa parte del living -dijo Pablo, como si todos nosotros no nos hubiéramos percatado del gran hoyo debajo del tapete. A mí siempre me ha fascinado la palabra toesas, desde que la leí en ese libro extraño que encontré en el ático “conjuros y maleficios”, pero al igual que la palabra, parece imposible dar significado a ese hoyo en el suelo que de pronto aprecio. -Tire el cigarrillo, porque -sugirieron los Mounier mostrando arañazos en sus espaldas y piernas que aprecian repentinamente. Y también balizas, escollera, bajamar, galerna, mesana y entre otras palabras raras, seguía pensando, buscando su significado, todas las había visto ese libro extraño. Probablemente por miedo a un incendio que no haría más que pisar el cigarrillo y parte del tapete ya quemado. No eran todavía las diez y media y Roberto podía confiar en que esa sería la más larga noche de todo su vida. Pero a nadie se le iba a ocurrir acercársele con la bandeja del café, máxime cuando ya todos los sirvientes se habían ido a excepción de la sirvienta que se encontraba igual de atemorizada como para hacer algo bien. -Fragor, como si no se detuviera nunca -dijo Pablo, que de todos modos era el menos supersticioso, y ya se mostraba alterado. Desde donde estaban, los Mounier podían juzgar el avance de un olor putrefacto que emanaba del hoyo. Yo creo que gritó una o dos veces, pero en esos casos es difícil recordar con tanto estremecimiento que eso que se asomó por el agujero nos causó. -Habría que echarle un cabo a las cortinas y bajar a investigar -dije yo que en esos casos ya solo por instinto y curiosidad más que por miedo actuaba- o tal vez si la alcanzáramos el mango de una de las espadas que estaban como adorno en la pared nos sentiríamos más seguros. Parece tan simple, pero en un living no es fácil encontrar las herramientas necesarias para aventurarse a ese pozo. -Cualquier cosa para golpear nos será útil -dijo la señora de Cinamomo, mientras sujetaba la lámpara - porque lo importante es hacer algo a fin de que esa cosa no nos dejara en paz. Dijo eso, exactamente, como si nosotros siempre estuviéramos de acuerdo con lo que decía. Ya para entonces los Mounier estaban seguros de que los dos pies no les podían temblar más, y era normal, con tantos arañazos era difícil mantenerse de pie. -No creo que funcionen, se ve que no se usan de hace bastante tiempo dijo Pablo, que de todos nosotros era el más valiente. Pensé que hablaba de las bombas de achicar, porque en efecto la se encontraban en el living, pero hablaba de las linternas que con unos golpes logro encender. Al final se había decidido a tirar el cigarrillo, probablemente para poder maniobrar ahí abajo sin dificultad. Se lo veía como un bastoncillo blanco que oscilaba y saltaba por las aguas del lago que se encontraba en frente de la casa. En esos casos se piensa en una gaviota, nunca en el alción que es para el caso de lo mismo, ya solo pensaba en disparates. -Si ha tenido tiempo de transmitir la latitud a de la casa a la policía -dijo Pablo, como si hubiera manera de hacerlo. Yo pensaba en dos palabras: mensaje inalámbrico, que en estos tiempos ya no era posible encontrar en el pueblo. A mi mujer le parecía que las rodillas se le empezaban a debilitar. A mí también, pero para qué alarmar cuando todavía teníamos que averiguar que había ahí abajo. Tal vez telefoneando, pero si había que explicar que vimos esa cosa, que un agujero apareció de la nada y que ruidos extraños se escuchaban sin cesar, si seguro nos creerían. A los Mounier se les había ocurrido alcanzarle una silla aunque debía parecerles un poco tonto, meter una silla en un pozo que sentido tenia. Con los Mounier nos conocíamos, pero no había tanta confianza como para decirles que bajaran primero. Aunque al final terminamos diciéndoles. -Le llega a la cintura, y eso que se veía mas profundo -dijo Pablo, con esa manera de hablar suya tan tranquilizadora. Mi mujer clavó las agujas en el ovillo y me miró, tal vez para que yo con la mirada le diera esa seguridad que tanto necesitaba. No era tan fácil, en primer lugar había que comprender las dimensiones reales del foso, era muy pequeños, ¿pero y esa cosa que salió? ¿Dónde había quedado? Y por si no fuera poco debajo de la tierra del pozo se escuchaban aullidos enfermizos, desgarradores. Todos disimulábamos para no afligir más a Roberto, aunque era obvio que algo muy raro estaba sucediendo en esta casa. Además no era cosa de que escuchara la sirvienta, porque ya se sabe que los de fuera no son de confianza, y no queríamos que nadie supiera lo ocurrido esta noche. Desgraciadamente los aullidos eran cada vez más y más fuertes, quería salir corriendo pero algo me lo impedida, muy dentro de mi quería saber que había ahí abajo. -Son los albatros, me acuerdo de una vez en los aullidos se hacían escuchar -decía la señora de Cinamomo y señalaba hacia el lago, intentando desviar la tensión. Uno de los Mounier empezó a hacer movimientos natatorios sin darse cuenta de que se encontraba en tierra firme. El otro, más consciente de la situación intento detenerlo, pero era como si no controlara del todo sus movimientos, gritando nos pidió ayuda y Roberto enseguida acudió. Yo aprecié el gesto, porque en una casa de gente educada ayudar es lo primero que se debe hacer. -Uno se pregunta si no valdría más que de una vez por todas todos bajáramos a investigar y sacar esa criatura a palos, somos muchos para una sola cosa -dijo mi mujer mirando a todos algo enfadada. Expresaba el sentimiento unánime de desesperación de todos los ahí presentes. Pablo fue a cerrar mejor la ventana y las puertas, porque si lluvia seguía igual, la casa terminaría por inundarse. Aunque se notaba que cada vez el oyó en el living se hacía más grande, pareciera como si todos pudiéramos entrar en él. La palabra sería borborigmo para el sonido que se escuchaba debajo de la tierra del agujero. No es una bella palabra, aunque la sinceridad obliga a una palabra bien utilizada. -Se diría una medusa que empieza a nadar -murmuró la señora de Cinamomo que siempre que alucinaba hablaba de medusas desde que en aquellas vacaciones en el mediterráneo una avispa de mar casi la mata dejándola delirando varios días. Un poco loca estaba mi mujer, sí, porque el pelo ya tenía todo despeinado y fuera de lugar. Como finísimos dedos abriéndose y cerrándose con rapidez Pablo empezó a escavar en el gran agujero. Mi mujer salió llevando la taza de café sobrante y comenzó a usarla como pala para escavar también, y a todos nos pareció una gran idea, y cada quien agarro algo para hacer su parte, no sé si sea por la locura o por querer saber que había ahí abajo pero no nos detuvimos por un buen rato. Son esos gestos que uno agradece sin palabras, porque te hacen sentir mejor, pero al darnos cuenta, habíamos escavado ya casi dos metros, cuando de pronto todo el suelo se vino abajo. Al fin y al cabo en una casa como la nuestra en que las construcciones eran antiguas, era de esperase un colapso igual. Nadie podrá decir que no se hace lo posible para salir de este foso, pero cada vez hay menos esperanza de salir. La hoguera donde arde una mentira Julio Cortázar Fue el primero en acusarme de engañarlo Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que solo por ignorancia lo hacían Y se sabe en un pueblo perdido entre ignorancia y estupidez El tiempo pesa inmóvil y sólo cada mentira lo hace más lento Gentes que viven de telarañas, de lentas mentiras asesinas Acaso tienen corazón pero cuando hablan es como si no ¿De qué podía acusarme si solamente habíamos jugado un rato Imposible que el mero despecho, después de aquella aventura (Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta la eternidad Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha de disfrutar Yo había gemido, sí, y en algún momento pude gritar Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de su actuación Siempre parecen orgullosos si gemimos, ¿pero entonces si mentimos? ¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue al placer? Porque en esas noches nos queríamos más que si tu estuvieras a aquí Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a amor (Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan malo Nunca me dijo nada, sólo atento a mis labios Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre usaba Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta fuerza en su ser Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces el viento soplaba Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras me acariciaba Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan flor No había fin para ese interminable comienzo de cada apasionado encuentro de amor (Lo habré mordido mientras él clavado en mí me hizo soñar Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si pareciera melodía. Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mis deseos ¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra el odio de los demás? Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí su bella piel Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes suya fue ¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí no pudiera más? -¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te cure Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró sentí todo su amor Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y su calor Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo volviera Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya lo pasado fue Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como una bestia Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando su castigo Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me estremeciera (No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la felicidad) Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando termino Pero en la despedida tropezó y lo ví volverse, todo mueca y orgulloso Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta el amanecer. El primero en acusarme fue el (Lo habré mordido, morder en el amor no es malo Ahora ya sé que cuando llegue la mañana en que me queme Le faltará valor para acercar la antorcha a los palos Lo hará otro por él mientras desde su casa llorara La ventana entornada que da sobre la plaza donde me vera arder Miraré hasta el final esa ventana mientras recuerdo su piel Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es tan malo.
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