martes, 29 de octubre de 2013

FRASES GUILLOTINADAS


Ya no quedan esperanzas de caminar

Julio Cortázar – Argentina


El living de casa es muy grande, pero de ahí a pensar que Roberto puede hacer fiestas con sus amigos todos los días es muy diferente.

Hay pocos muebles y eso deja mucho espacio para moverse cuando los parientes y los amigos vienen a tomar una copa coqueta con nuestros diferentes vinos.

Yo en el sillón al lado de la lámpara y mi mujer casi siempre en la silla baja cerca de la ventana degustando su café preferido.

Mesas no hay más que una, larga y angosta, que usamos para reuniones especiales como la Navidad o año nuevo.

Se puede circular cómodamente, mirar los estantes de la biblioteca y sentarse en la banqueta adosada a la estatua de la paz.

Creo que Roberto iba precisamente a sentarse cuando en mitad del living chocó con la mesa, se pegó en el dedo chiquito y se torció el pie.

Serían las veintidós o las veintidós y diez, Pablo y los Mounier dicen una cosa y mi mujer dice otras defendiendo siempre sus puntos de vista.

Serían las veintidós y cinco para no dormir en esa noche larga.

Lo que importa es que precisamente en ese momento Roberto iba a decirle algo a la señora de Cinamomo, como si quisiera conquistarla.

Había sacado un cigarrillo y se lo estaba poniendo en la boca cuando encalló y cayó como un bulto de cemento.

Todos oímos el golpe y mi mujer levantó la vista del tejido y miró a Roberto como si no pudiera respirar fácilmente.

Los Mounier que estaban sentados en el suelo cerca de la chimenea pararon de besarse para auxiliar a su amigo.

Yo que tenía en la mano la copa de vino, la derrame totalmente en mi camisa Lacoste.

Un golpe sordo y Roberto encallado y mirándose los pies como si fuera algo tan difícil moverlos.

Mi mujer siempre había dicho que ahí en el medio del living podía haber un alma mala que atacaba a los seres vivos.

Pablo no, Pablo estaba seguro de que nunca había visto alguna rondando.

Por mi parte no me gusta meterme, aunque debo decir que Roberto hubiera podido muy bien callaros y decir lo que realmente le pasó.

Reconozco con todo que sin previo aviso es comprensible que un hombre reaccione torpemente  ante una bella mujer.

Debía ser muy raro con el cigarrillo en la boca, porque se lo sacó y lo sostuvo entre dos dedos mientras trataba de incorporarse.

La señora de Cinamomo no parecía haber encontrado nada más inteligente que hacer señas con todos nosotros para ayudar a Roberto.

Los Mounier desde el suelo podían ver mejor y cambiaban impresiones en voz baja.

Parecía ser el pie izquierdo porque Roberto se echaba hacia atrás apoyándose en el pie derecho.

-Habría que vendarle el pie -dijo mi mujer después de tranquilizarse.

-Espera un poco si tiene hongos, te los puede pegar -aconsejé yo que por principio observé el pie con detenimiento.

A veces todo parece tan grave y al final sólo es un esguince de primer grado y la inflamación del dedo chiquito.

-Quién sabe la profundidad que puede haber en esa parte del tobillo -dijo Pablo, como si todos nosotros no supiéramos nada de medicina.

A mí siempre me ha fascinado la palabra toesas, desde que leí en que se usaban antiguamente.

-Tire el cigarrillo, porque se puede quemar los dedos-sugirieron los Mounier mostrando preocupación

Y también balizas, escollera, bajamar, galerna, mesana y tornados.

Probablemente por miedo a un incendio que no haría más que un pequeño hoyo en la alfombra.

No eran todavía las diez y media y Roberto podía confiar en poder pararse sólo y tomar una taza de café.

Pero a nadie se le iba a ocurrir acercársele con la bandeja del café, máxime cuando ya pasarán al menos dos horas de recuperación.

-Fragor, como si le gustara, fue a auxiliarlo -dijo Pablo, que de todos modos era el menos indicado pues se podía aprovechar de la situación de su pie para plantarle un beso.

Desde donde estaban, los Mounier podían juzgar el avance de la lesión.

Yo creo que gritó una o dos veces, pero en esos casos es difícil callar a la gente, ya que debemos dejar que se desahogue.

-Habría que echarle un cabo -dije yo que en esos casos es lo más usual- o tal vez si la alcanzáramos el mango de una muleta es lo mejor.

Parece tan simple, pero en un living puede pasar de todo.

-Cualquier cosa para ayudarlo -dijo la señora de Cinamomo, mientras tomaba una foto al herido- porque lo importante es hacer algo a fin de que podamos ponerlo en pie.

Dijo eso, exactamente, como si nosotros no pensáramos en solucionar el problema también.

Ya para entonces los Mounier estaban seguros de que los dos pies se veían hinchados.

-No creo que funcionen, se ve que  se torció los dos -dijo Pablo, que de todos nosotros era el más analítico.

Pensé que hablaba de las bombas de achicar, porque en efecto las bomba de achicar no funcionaban.

Al final se había decidido a tirar el cigarrillo, probablemente para poder levantarse.

Se lo veía como un bastoncillo blanco que oscilaba y se veía frágil, como si se doblara.

En esos casos se piensa en una gaviota, nunca en el alción que es de cabeza grande.

-Si ha tenido tiempo de transmitir la latitud a 140 grados -dijo Pablo, como si enloqueciera.

Yo pensaba en dos palabras: mensaje inalámbrico, que en estos tiempos ya no se utiliza y Facebook la moda de hoy.

A mi mujer le parecía que las rodillas se le iban a salir.

A mí también, pero para qué alarmar cuando todavía no existía luxación alguna.

Tal vez telefoneando, pero si había que explicar que sucedía con lujo de detalles a la secretaria.

A los Mounier se les había ocurrido alcanzarle una silla aunque debía parecerles un poco difícil subirlo.

Con los Mounier nos conocíamos, pero no había tanta confianza como para decirles que Roberto había miccionado sin querer.

-Le llega a la cintura, y eso que no tomó mucho -dijo Pablo, con esa manera de decir las cosas muy burlesco.

Mi mujer clavó las agujas en el ovillo y me miró, tal vez para que yo hiciera algo en ese momento.

No era tan fácil, en primer lugar había que comprender las pocas posibilidades de que Roberto quedara en pie y no se manchara más de urea.

Todos disimulábamos para no afligir más a Roberto, aunque nuestra mirada le decía todo.

Además no era cosa de que escuchara la sirvienta, porque ya se sabe que los de fuera no iban a tomar las cosas con seriedad.

Desgraciadamente los aullidos eran cada vez más fuertes y frecuentes.

-Son los albatros, me acuerdo de una vez en el mar cuando los escuché aullar -decía la señora de Cinamomo y señalaba hacia Roberto.

Unos de los Mounier empezó a hacer movimientos natatorios sin darse cuenta de que todos lo veían como un loco.

El otro, más consciente de la familia me ofreció una taza de té.

Yo aprecié el gesto, porque en una casa de gente educada es bueno dar las gracias.

-Uno se pregunta si no valdría más que de una vez por todas levantarlo entre todos -dijo mi mujer mirando a todos.

Expresaba el sentimiento unánime de solidaridad.

Pablo fue a cerrar mejor la ventana y las puertas, porque si lo veían levantar a Roberto la gente se burlaría de él pues le iba  a tocar cambiarlo también.

Aunque se notaba que cada vez todos tenían más hambre.

La palabra sería borborigmo pues el sonido que se escuchaba venía de los intestinos de los presentes mientras levantábamos a Roberto.

No es una bella palabra, aunque la sinceridad obliga a una decir palabras feas cómo esa.

-Se diría una medusa que empieza a atacar con sus serpientes  -murmuró la señora de Cinamomo que siempre salía con sus comentarios poco atinados.

Un poco, sí, porque el pelo de ella, es nuestro estómago.

Como finísimos dedos abriéndose y cerrándose con artritis.

Mi mujer salió llevando la taza de café sobrante, y a todos nos pareció muy bien pues nos estorbaba para incorporar a Roberto.

Son esos gestos que uno agradece sin palabras, porque no todos actuamos de esa manera.

Al fin y al cabo en una casa como la nuestra en que todos reciben atención.

Nadie podrá decir que no se hace lo posible para que se sienten cómo en casa.


 

La hoguera donde arde una mujer

Julio Cortázar

Fue el primero en acusarme de robo
Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que
sabían que yo era inocente
Y se sabe en un pueblo perdido entre
sierras donde todos se conocen
El tiempo pesa inmóvil y sólo
cada quien sabe cómo aprovecharlo
Gentes que viven de telarañas, de lentas
actividades
Acaso tienen corazón pero cuando hablan es
transformado en basura
¿De qué podía acusarme si solamente habíamos
hecho de cenar tamales?
Imposible que el mero despecho
por no alcanzar tamales de rajas hubiera hecho que dijera tanta barbaridad, después de aquella convivencia sana y amorosa

(Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta
su casa
Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha llegado al éxtasis
Yo había gemido, sí, y en algún momento
pude arañar su espalda)
Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de hacerme gritar y morder
Siempre parecen orgullosos si gemimos,
pero entonces dónde queda el romanticismo
¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue
al amor?
Porque en esas noches nos queríamos más que si estuviéramos casados
Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a
mar
(Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan
poco común
Nunca me dijo nada, sólo atento a
mi cuerpo
Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre le regaló para relajarse
Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta virilidad en su cuerpo
Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces el sudor de nuestros cuerpos era suficiente
Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras
me abrazaba
Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan flores
No había fin para ese interminable comienzo de
cada encuentro
(Lo habré mordido mientras él clavado en mí me miraba
Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si
estábamos conectados uno al otro
Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mis
ojos
¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra todo mal?
Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí
que todo terminaba
Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes
brillaba
¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí muriera?
-¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te caliente un poco
Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró su mirada no era la misma

Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y ese abrazo estremecedor
Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo
fuéramos una misma
Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya no éramos uno sólo
Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como
un león hambriento
Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando
un hombre salvaje
Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me matara
(No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la
cachetada merecedora
Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando levantó la cara
Pero en la despedida tropezó y lo ví volverse, todo mueca y falso
Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta
pensar que sucedía
El primero en acusarme fue mi eterno amor
(Lo habré mordido, morder en el amor no
es lo mismo que acabarme los tamales de rajas
Ahora ya sé que cuando llegue la mañana
en que me proponga a hacer tamales
Le faltará valor para acercar la antorcha a los hornos
Lo hará otro por él mientras desde su casa él disfruta de su soledad
La ventana entornada que da sobre la plaza donde salíamos a pasear
Miraré hasta el final esa ventana mientras preparo más tamales
Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es
siempre éxtasis.

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