Ya no quedan esperanzas
Julio
Cortázar – Alejandra Martínez
El living de casa es muy grande, pero
de ahí a pensar que Roberto desde
niño siempre fue su sueño.
Hay pocos muebles y eso deja mucho
espacio para moverse cuando los parientes y los amigos vienen a tomar una bebida, acompañado de una
buena carne asada.
Yo en el sillón al lado de la lámpara
y mi mujer casi siempre en la silla baja cerca de la chimenea para sentirse más acogedor.
Mesas no hay más que una, larga y
angosta, que usamos para comer
en familia y compartir buenos momentos.
Se puede circular cómodamente, mirar
los estantes de la biblioteca y sentarse en la banqueta adosada a la cocina.
Creo que Roberto iba precisamente a
sentarse cuando en mitad del living le
mandaron a hablar para que fuera por un pedazo de carne.
Serían las veintidós o las veintidós
y diez, Pablo y los Mounier dicen una cosa y mi mujer no se le puede dar la razón de ser.
Serían las veintidós y cinco para
no ser tan exacto con las horas, no se vaya
a malinterpretar.
Lo que importa es que precisamente en
ese momento Roberto iba a decirle algo a la señora de Cinamomo, como si ellos no supieran que desde hace tiempo lleva cargando sentimientos por
ella para dejarlo a solas platicar.
Había sacado un cigarrillo y se lo
estaba poniendo en la boca cuando detuvo y se
quemó por la sorpresa que se dio.
Todos oímos el golpe y mi mujer
levantó la vista del tejido y miró a Roberto como si no pudiera emitir palabra alguna.
Los Mounier que estaban sentados en
el suelo cerca de la chimenea fueron
testigos de lo sucedido en ese momento.
Yo que tenía en la mano la copa
de vino tinto de mi abuelo.
Un golpe sordo y Roberto encallado y
mirándose los pies como si fuera algo tan totalmente
vergonzoso.
Mi mujer siempre había dicho que ahí
en el medio del living podía suceder
lo inexplicable.
Pablo no, Pablo estaba seguro de que
nunca lograría ver algo semejante como esa vez.
Por mi parte no me gusta meterme,
aunque debo decir que Roberto hubiera podido muy bien evitar dicha situación para no incomodar a los demás.
Reconozco con todo que sin previo
aviso es comprensible que un hombre cayó
rendido ante los encantos de una mujer con su simple mirada y sonrisa.
Debía ser muy raro con el cigarrillo
en la boca, porque se lo sacó y lo sostuvo entre dos dedos mientras levantaba su mirada hacia Roberto.
La señora de Cinamomo no parecía
haber encontrado nada más inteligente que hacer señas con su mirada y una buena sonrisa.
Los Mounier desde el suelo podían ver
mejor y cambiaban impresiones en voz susurrante
para no interrumpir aquella escena.
Parecía ser el pie izquierdo porque
Roberto se echaba hacia atrás apoyándose en su pie derecho
-Habría que ayudarle al pobre Roberto -dijo
mi mujer después de que
su pierna izquierda no andaba tan bien.
-Espera un poco si quieres ayudarlo, quizá pase algo más interesante -aconsejé yo que por principio de mis valores y curiosidad tan grande.
A veces todo parece tan grave y al
final resulta sencillo
-Quién sabe la profundidad que puede
haber en esa parte del momento
incomodo -dijo Pablo, como si todos nosotros
no hubiéramos visto algo semejante
anteriormente en nuestras vidas.
A mí siempre me ha fascinado la
palabra toesas, desde niño
-Tire el cigarrillo, porque sale sobrando en este momentoo
-sugirieron los Mounier mostrando
un bote de basura.
Y también balizas, escollera,
bajamar, galerna, mesana y el
mar
Probablemente por miedo a un incendio
que no haría más que causar
un gran caos dentro de la incomodidad.
No eran todavía las diez y media y
Roberto podía confiar en que
todo tornaría para bien.
Pero a nadie se le iba a ocurrir
acercársele con la bandeja del café, máxime cuando ya había pasado lo más vergonzoso.
-Fragor, como si fueras muy tonto para no haber visto esto antes -dijo Pablo, que de todos modos era el menos preocupado y angustiado.
Desde donde estaban, los Mounier
podían juzgar el avance de la
situación incómoda.
Yo creo que gritó una o dos veces,
pero en esos casos es difícil actuar
en el momento.
-Habría que echarle un cabo comente -dije yo que en esos casos no era bueno actuar -
o tal vez si la alcanzáramos el mango de una rama
Parece tan simple, pero en un living tan grande como es éste será muy difícil.
-Cualquier cosa para arreglar todo esto es mejor -dijo
la señora de Cinamomo, mientras
se ponía de pie de aquel sillón -
porque lo importante es hacer algo a fin de que todo esto termine pronto.
Dijo eso, exactamente, como si
nosotros pudiéramos hacer algo.
Ya para entonces los Mounier estaban
seguros de que los dos pies se
encontraban mejor
-No creo que funcionen, se ve que aún necesitan reposar más -dijo
Pablo, que de todos nosotros era el más preparado
para esos casos.
Pensé que hablaba de las bombas de
achicar, porque en efecto la mirada
la dirigía hacia allá.
Al final se había decidido a tirar el
cigarrillo, probablemente para poder pensar
mejor las cosas.
Se lo veía como un bastoncillo blanco
que oscilaba y lo
hacía a tal grande de marear.
En esos casos se piensa en una
gaviota, nunca en el alción que es lo
de menos.
-Si ha tenido tiempo de transmitir la
latitud a otros aspectos -dijo Pablo, como si tan tranquila en plena tempestad.
Yo pensaba en dos palabras: mensaje
inalámbrico, que en estos tiempos ya no eran
tan necesarios para la situación.
A mi mujer le parecía que las
rodillas le temblaban.
A mí también, pero para qué alarmar
cuando todavía se
podía encontrar una solución rápida.
Tal vez telefoneando, pero si había
que explicar que lo
que sucedió fue algo imprevisto dentro de la familia.
A los Mounier se les había ocurrido
alcanzarle una silla aunque debía parecerles un poco tedioso.
Con los Mounier nos conocíamos, pero
no había tanta confianza como para entablar
una conversación más personal.
-Le llega a la cintura, y eso que
usaba buenos modales -dijo Pablo, con esa manera de hablar tan directamente y sin pelos en la lengua.
Mi mujer clavó las agujas en el
ovillo y me miró, tal vez para que yo me
sintiera más confiado.
No era tan fácil, en primer lugar
había que comprender las actitudes
de los demás ante la situación.
Todos disimulábamos para no afligir
más a Roberto, aunque por
el ambiente que propiciábamos era más claro que el agua.
Además no era cosa de que escuchara
la sirvienta, porque ya se sabe que los de fuera no deben escuchar lo que pasa dentro.
Desgraciadamente los aullidos eran
cada vez más notorios y estremecían a la gente.
-Son los albatros, me acuerdo de una
vez en ciudad -decía
la señora de Cinamomo y señalaba hacia los
demás con una mirada muy peculiar.
Unos de los Mounier empezaron a hacer
movimientos natatorios sin darse cuenta de que lo que sucedía con él no era algo normal.
El otro, más consciente de su mente intento detenerlo.
Yo aprecié el gesto, porque en una
casa de gente educada se
deben mostrar los buenos modales.
-Uno se pregunta si no valdría más
que de una vez por todas dejar
de seguir con esas actitudes-dijo
mi mujer mirando a los Mounier
Expresaba el sentimiento unánime
de confianza y seguridad con un toque
atemorizante.
Pablo fue a cerrar mejor la ventana y
las puertas, porque si entraba
un viento muy frío de pronto y eso ponía más grave la situación.
Aunque se notaba que cada vez era más incómodo y tenso ese ambiente.
La palabra sería
borborigmo
No es una bella palabra, aunque la
sinceridad obliga a una idea
muy errónea.
-Se diría una medusa que empieza a
crecer -murmuró la señora de Cinamomo que siempre había algo que aprender.
Un poco, sí, porque el pelo tenía demasiada electricidad.
Como finísimos dedos abriéndose y
cerrándose con una delicadeza.
Mi mujer salió llevando la taza de
café sobrante, y a todos nos pareció algo
justo en su momento.
Son esos gestos que uno agradece sin
palabras, porque toman
el valor de actuar y mediar la situación.
Al fin y al cabo en una casa como la
nuestra en que lo primordial es dar un buen
ambiente y que vayan nuestros invitados agradecidos.
Nadie podrá decir que no se hace lo
posible para que lo anterior sea un hecho.
La
hoguera donde arde una pasión en futura descpeción.
Julio
Cortázar – Alejandra Martínez
Fue el primero en
acusarme de haberme enamorado de él.
Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que decían que solo tenía otros intereses.
Y se sabe en un pueblo perdido entre las montañas
El tiempo pesa inmóvil y sólo cada nuevo día nos muestra una nueva enseñanza.
Gentes que viven de telarañas, de lentas aspiraciones.
Acaso tienen corazón pero cuando hablan es un claro reflejo del poco amor.
¿De qué podía acusarme si solamente habíamos salido para conocernos?
Imposible que el mero despecho, después de aquella relación optara por odiar al amor.
(Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta tocar el cielo quedó tan marcandolo en su corazón)
Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha aprendido a tener una buena relación con él.
Yo había gemido, sí, y en algún momento pude sentir algo similar.
Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de lo que había hecho en mí.
Siempre parecen orgullosos si gemimos, pero entonces el amor queda en ruido.
¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue al amor incondicional?
Porque en esas noches nos queríamos más que si fuéramos los únicos seres en el mundo
Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a la piel del otro.
(Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan malo como parece)
Nunca me dijo nada, sólo atento a lo que él gemía de pasión.
Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre usaba para hacerme sentir amada.
Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta pasión entre sus brazos y cuerpo.
Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces la propia brisa del río nos roseaba al momento de besarnos.
Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras me acariciaba.
Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan un fruto seductor al paladar.
No había fin para ese interminable comienzo de cada entrega entre los dos.
(Lo habré mordido mientras él clavado en mí me elevaba a una altura que jamás creí alcanzar)
Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si los dos unidos lográbamos hacer un solo sentir.
Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mi cuerpo
¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra toda adversidad?
Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí que era tanta pasión recorriendo en mi cuerpo que no pude contenerla dentro de mi.
Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes era luz y calor.
¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí ya no hubiera un mañana?
-¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te ame a través de mis cariños.
Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró vi sus labios morder y decirme “Te amo”
Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y que se aceleraba más y más con cada beso.
Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo él y yo volviéramos a ser uno solo.
Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya todo esto alcanzaba su final.
Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como si fuera la última vez que estaríamos unidos.
Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando que me hiciera volar a lo más alto del éxtasis.
Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me estuviera utilizando.
(No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la sensación que todo iba bien)
Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando él me vio
Pero en la despedida tropezó y lo vi volverse, todo mueca y vacío
Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta que llegara un nuevo día y una nueva oportunidad de amar.
El primero en acusarme fue mi alma por haber caído tan bajo y dejar mi amor en el suelo.
(Lo habré mordido, morder en el amor no es tan malo como parecía)
Ahora ya sé que cuando llegue la mañana en que me haga abrir mis ojos ante la verdad
Le faltará valor para acercar la antorcha a los fuegos ardientes de pasión.
Lo hará otro por él mientras desde su casa se lamenta por erróneamente utilizar un corazón.
La ventana entornada que da sobre la plaza donde observo mi horizonte
Miraré hasta el final esa ventana mientras venga a mi vida el nuevo amor que hará sentir verdadera mujer en todo sentido.
Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es tan malo como parece siempre y cuando el amor sea entre los dos.
Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que decían que solo tenía otros intereses.
Y se sabe en un pueblo perdido entre las montañas
El tiempo pesa inmóvil y sólo cada nuevo día nos muestra una nueva enseñanza.
Gentes que viven de telarañas, de lentas aspiraciones.
Acaso tienen corazón pero cuando hablan es un claro reflejo del poco amor.
¿De qué podía acusarme si solamente habíamos salido para conocernos?
Imposible que el mero despecho, después de aquella relación optara por odiar al amor.
(Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta tocar el cielo quedó tan marcandolo en su corazón)
Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha aprendido a tener una buena relación con él.
Yo había gemido, sí, y en algún momento pude sentir algo similar.
Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de lo que había hecho en mí.
Siempre parecen orgullosos si gemimos, pero entonces el amor queda en ruido.
¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue al amor incondicional?
Porque en esas noches nos queríamos más que si fuéramos los únicos seres en el mundo
Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a la piel del otro.
(Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan malo como parece)
Nunca me dijo nada, sólo atento a lo que él gemía de pasión.
Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre usaba para hacerme sentir amada.
Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta pasión entre sus brazos y cuerpo.
Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces la propia brisa del río nos roseaba al momento de besarnos.
Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras me acariciaba.
Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan un fruto seductor al paladar.
No había fin para ese interminable comienzo de cada entrega entre los dos.
(Lo habré mordido mientras él clavado en mí me elevaba a una altura que jamás creí alcanzar)
Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si los dos unidos lográbamos hacer un solo sentir.
Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mi cuerpo
¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra toda adversidad?
Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí que era tanta pasión recorriendo en mi cuerpo que no pude contenerla dentro de mi.
Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes era luz y calor.
¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí ya no hubiera un mañana?
-¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te ame a través de mis cariños.
Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró vi sus labios morder y decirme “Te amo”
Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y que se aceleraba más y más con cada beso.
Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo él y yo volviéramos a ser uno solo.
Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya todo esto alcanzaba su final.
Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como si fuera la última vez que estaríamos unidos.
Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando que me hiciera volar a lo más alto del éxtasis.
Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me estuviera utilizando.
(No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la sensación que todo iba bien)
Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando él me vio
Pero en la despedida tropezó y lo vi volverse, todo mueca y vacío
Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta que llegara un nuevo día y una nueva oportunidad de amar.
El primero en acusarme fue mi alma por haber caído tan bajo y dejar mi amor en el suelo.
(Lo habré mordido, morder en el amor no es tan malo como parecía)
Ahora ya sé que cuando llegue la mañana en que me haga abrir mis ojos ante la verdad
Le faltará valor para acercar la antorcha a los fuegos ardientes de pasión.
Lo hará otro por él mientras desde su casa se lamenta por erróneamente utilizar un corazón.
La ventana entornada que da sobre la plaza donde observo mi horizonte
Miraré hasta el final esa ventana mientras venga a mi vida el nuevo amor que hará sentir verdadera mujer en todo sentido.
Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es tan malo como parece siempre y cuando el amor sea entre los dos.
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