Había una vez en una galaxia muy lejana, una pequeña y
simpática estrellita, a la que encantaba descubrir el mundo que la rodeaba. Un
buen día, a pesar de las advertencias de sus padres, decidió salir a explorar
por su cuenta, ese precioso planeta de color azul que veía desde su morada. Tan
emocionada estaba por su visión, que no tomó ninguna referencia para volver a
casa.
Resignada a su suerte, decidió
inspeccionar detenidamente el planeta e intentar disfrutar todo lo posible de
su aventura. Allí, dado su gran brillo, todos la tomaron por una extraña
luciérnaga, a la que deseaban atrapar. Volando todo lo rápido que pudo, se
encontró con una gran sábana, tras la que se ocultó. Al ver que la sábana
se movía sola, la gente creyó que se trataba de un fantasma, huyendo del lugar.
Tan divertida escena, sirvió a la estrella para olvidarse que estaba perdida y
divertirse de lo lindo.
Una diversión, que se terminó,
cuando fue a visitar al dragón de la montaña e intento asustarle con su
disfraz. Lo que no sabía, es que el dragón no le tenía miedo a nada y que su
osadía, la iba a llevar a las llamas que salían de la boca del animal.
Pasado este mal trago, dio con
la solución para conseguir encontrar el camino de vuelta: cuando llego la
noche, se subió en una gran piedra y comenzó a lanzar señales luminosas al
cielo. Tras un rato intentándolo, sus padres descubrieron su familiar brillo y
la ayudaron a volver a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario